Mientras los rumores de la existencia de Dios
poco a poco se apagan,
el mendigo, hecho jirones y falto de calor,
lentamente se abrasa.
Ya no reza por algo mejor. Se le agotó
el azul esperanza.
Mientras el gélido aliento de muerte se abraza
a sus podridos huesos,
mi mendigo no cree que estar tenga importancia
y piensa muy en serio
en la vida del Hombre como en un simio que avanza
desde un extraño sesgo.
Por vez primera ha sentido que un día no será,
por vez primera ha sentido vacío el Universo
y la Vida en soledad.
Considerando las alternativas,
el espiritual mendigo opina
que si Dios no existiera en realidad,
habría que inventarlo.